Aún huelo a ti
mientras te escribo una Madrid
que conociste
entre mis brazos
y la cama de un hotel
que a veces convertimos
en máquina del tiempo.
24 horas de intensidad
bienvenidas
despedidas
y el mayor de los amores nómadas.
Tú eras azafata
y yo uno de los mejores guías turísticos
no oficiales de la ciudad.
Quedamos en tu hotel
para luego quizá quedarnos un poco más.
Entré en la recepción
y pregunté por ti.
Llamaron a tu habitación
y me pasaron el teléfono:
— Sube. Aún me estoy cambiando.
Los pasillos me hacían recordar
a algunas películas de Hollywood
y tu puerta
lo que me hizo recordar
es que esta vez solo estabas al otro lado.
Vacilé un poco.
Llamé.
Y desde que abriste
no pudimos parar.
Empezando por un abrazo
y siguiendo con un beso
mientras las ropas se iban cayendo
poco a poco
por el suelo de la habitación.
Y nos volvimos a sentir
tan cerca
que ni el universo podría manejar
la ex(plosión)
de todas las sonrisas.
Y de acariciarnos la piel
el pelo
y el corazón
de follarnos en la cama
en la ducha
y en el pasado
nos fuimos a conocer la mejor Madrid
que podías haber conocido.
Una Madrid
que era mía por decir algo
y nuestra
por decir la verdad.
Una Madrid
que nos lo iba a dar todo
menos la azotea de Bellas Artes
que quedaría como excusa.
Y menos
(más) tiempo juntos
que sería la mejor excusa de todas.
Desnudamos Madrid
mientras íbamos recordando
cómo era mejor
desnudarnos el uno al otro.
Y la verdad que vimos mucho
en muy poco
sentimos tanto
en tan poco
que acabamos matando todos los mínimos
con los mejores máximos del corazón.
Y sé que volveremos a vernos
porque de alguna forma
estamos hechos de distancia y corazón.
Y también sé
que algún día
no muy tarde
y casi sin darnos cuenta
estaremos juntos
en un mismo lugar
y en una misma ciudad.
Y entonces probaremos todo
lo que una vez pudimos ser
y quizá no nos dio tiempo a ser.
Ese Septiembre
aunque sólo fuera un día
fuiste mi Madrid
y eso
amor
no lo ha conseguido mucha gente.
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